domingo, 15 de marzo de 2009

Ella

Una mirada que se prolonga más allá de lo que hubiera deseado, una sonrisa que me encanta; cada contacto me estremece. Declina el Sol en las calles de Valencia, despierta la brisa de Levante y me acaricia con sus dedos como cualquier caricia suya. Pero es tan diferente… Frío y calor me atropellan por dentro.

-Dichoso día que mueres al atardecer, aún no he podido decirle nada…

El tiempo gotea con rapidez cuando estoy con ella porque a su lado estoy perdido y desorientado. No importa donde caminemos, no tiene sentido el regreso, con ella iría hasta donde el espacio se funde con los sueños, donde no hay límites ni tiempo, allí donde los cielos se reúnen con la aurora y forman aquellas bóvedas de infinita hondura: son sus ojos que presiden el firmamento de los versos que yo escribo. Son los astros los que giran en torno suyo, aunque las ciencias del hombre no lo admitan.

Sus besos han quedado grabados en lo más profundo del corazón, su amistad los acuna eternamente y su amor los cuida con dulzura. Sin él yo he pasado los días más sombríos de mi vida. ¡Pero qué efímeros fueron nuestros besos! Sus labios eran mi abrigo, mi refugio de pasiones, mi destino al tocarla, mi fuente de amor, mis deseos más ocultos. Aún recuerdo cuando nos cogíamos de la mano en furtivos instantes de otros tiempos: miradas en secreto, palabras en silencio.

-Tú y yo compartimos un mismo camino. Puedes estar al otro lado de la acera porque quizás alguien mejor que yo ocupa ahora tu corazón y tus ideas, puede, incluso, parecer que esa línea continua de la carretera hace de muro y nos separa, pero no me alejaré de ti si no es ésa tu voluntad. Tal vez, nuestros destinos estén tejidos con un mismo hilo, entrelazados entre sí con una fuerza capaz de mover el universo, puede que un día esa línea sea discontinua y pueda volver a cruzar a tu lado, puede que no sea tarde, puede que todavía me quieras.

Pequeño poeta, corazón mío, hombre de este mundo. Llora, llora ahora porque estas lágrimas son dulces por naturaleza. Al pensar en ella, al pensar en cada uno de los errores que cometí, al pensar que la tuve, se fue, la tuve y se volvió a ir, al pensar en los buenos momentos y en los malos, al pensar que aún me toca, me sonríe y me mira con cariño, siento que ser feliz cuesta muy poco. Es mi amiga –pienso–, es mi amiga…

Mis ojos buscan esa estrella que un día descubriste en el cielo.

jueves, 12 de marzo de 2009

Poeta del siglo XXI

XIV

Tú, corazón, poeta moderno en rascacielos de ciudad,
que has pintado en la mañana el semblante de los días
antes de que el sol tocara con sus labios las montañas.
Las tardes frescas del invierno arrastran una melodía
cuyas notas invitan a la entrada de la noche,
mientras tú bordas con palabras las estrellas
bajo un cielo de antiguos tonos azulados.
La misma lágrima que cae, la misma belleza
que se eleva en tus pupilas cubre
el despertar de otra mirada ausente en el cielo;
una dama que surge espléndida entre las nubes
con su vestido blanco de princesa de la noche.
Los altos contornos de esas cumbres artificiales,
que rozan con sus paredes de ladrillo las alturas
y maquillan los relieves con sus formas y cristales,
constituyen ahora el significado de tus versos.
Hacia el norte, una carretera; hacia el sur la misma carretera
se pierde con su oscura lengua alimentada de coches
–un silbido de atascos forma la canción más sincera–
y el humo de sus cuerpos acaricia la atmósfera
con susurros de dañina transparencia.
Una hilera de cables negros cruza la ciudad
conduciendo la luz a los ojos de la gente,
¡Qué claridad, qué brillo espléndido!
Y en el interior del corazón la oscuridad se cierne
como la noche se abalanza sobre el día.
Decae el poema, la musa de tus versos es la rutina
tranquilizadora de estos tiempos.
¿Dónde están esas virtudes que la sociedad envidia?
¿Dónde esas verdades, amores y razones?
Caen al usarlas como la idea al olvido.
Hoy te entristeces con la suerte de este mundo
que antaño aún se despertaba y ahora herido
se sostiene con cada palabra que escribes.
Las viejas calles del bosque, abarrotadas
de gente alegre, se extienden a su antojo
por las aceras y culminan desdichadas
en el claro de la ciudad moderna,
donde grandes tiendas y amplios salones
hacen de la ociosidad un pasatiempo.
Se hace paso entre las civilizaciones
el arte más maravilloso de la imperfección,
un estilo invisible, una época excelsa:
amigo, estos son los versos del siglo veintiuno,
esta es la poesía de singular belleza.
Tú, corazón, poeta moderno en rascacielos de ciudad.