lunes, 6 de abril de 2009

Sobre verdad en lo desconocido

Tanto hemos buscado en la filosofía, en los significados que nosotros mismos inventamos para tejer el telón de una tragedia que ha levantado a toda Grecia, incluso hemos examinado la cosa misma, la imagen de todas las cosas externas que nuestros limitados ojos perciben, pero la inteligencia nos ha fallado y aún seguimos el rastro de lo desconocido por caminos fastidiosamente largos. Hemos puesto los cimientos de la ficción en el edificio de la cultura. Si la verdad no existe fuera de la moral, hizo bien Descartes en fijar la suya y refugiarse en ella como en sus pensamientos y, de esta manera, ordenar y estructurar la vida. Porque si el mundo estuviera ordenado o, mejor dicho, si el mundo que hemos creado estuviera ordenado, ¿Acaso no sabríamos con exactitud la naturaleza de todas las cosas? Que malos creadores estos hombres. Siendo el arte perfecto sigue siendo, en su condición de imagen, una imitación de la realidad, ¿Pero qué es la realidad si la verdad no existe? Sólo estoy seguro de una cosa: sólo puede ser verdad aquello que la humanidad aún no ha descubierto, es decir, en términos de la ignorancia, todo lo que escapa a nuestro conocimiento, a nuestra concepción, aquello de lo que no tenemos ideal, en una palabra, lo desconocido. Y si por azar o gracias a esa lógica inventada de la ciencia descubrimos, en lo desconocido, en lo impensable, alguna cosa, tan cierta, tan irrefutable y pura, y la dotamos de significado y de palabra, la describimos y nos parece común a todos nosotros, entonces, dejará de ser verdadera. Necesitamos creer en la verdad, sentirnos el centro de este cuadro en el que tan solo hemos pintado los detalles, estar convencidos de que todo gira en torno de nuestras pasiones y ser dichosos en este orden fortuito. Pero entonces llega el ser más maravilloso que existe –suponiendo que entendamos algo de la existencia–, el superhombre, y dando dulces pinceladas crea el fondo del cuadro y compone la obra más cierta y a la vez más falsa de la creación, esto es, en términos nietzscheanos: verdad y mentira son exactamente lo mismo si quitamos esa mascara de la moral, ese escudo del hombre ante el mundo. Ahora bien, más allá de la palabra misma (ya sea “verdad”, ya sea “truth” o “wahrheit”) ¿Podremos hablar de realidad, del bien y el mal? Es probable que estas preguntas desmonten nuestro orden primitivo, pero, sin embargo, son necesarias. Imaginemos eternidades lejanas, cosmologías maravillosas, sistemas extremadamente complejos, ¿De veras serían todo esto? ¿O continuarían siendo denominaciones ficticias, totalmente humanas, producto de nuestra imaginación? No podemos afirmar que existe lo inconcebible, pero en realidad, eso es lo único que existe. La “nada” no es más que una prueba originariamente verdadera de nuestra pobre capacidad de concebir las cosas. No cabe lo desconocido en esta obra de arte, igual que no hay sitio para la imperfección en lo perfecto. Amo la verdad originaria, pero no consigo verla porque la verdad nos queda grande. En el vacío está la prueba de la plenitud, en lo inexistente de lo que existe y, por todo ello, por la seguridad de que la ignorancia es infinita, concibo la inmortalidad de la verdad. Odio la mentira, pero aún así la necesito y me es propia, cercana, poderosamente humana y forma parte de nuestro conocer. Me temo que seguiremos buscando en otras filosofías, en otros significados y nuestra posición en el mundo será la misma que ahora.

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¿Dijiste media verdad? Dirán que mientes dos veces si dices la otra mitad.
Antonio Machado
Sólo hay una verdad absoluta: que la verdad es relativa.
André Maurois
La verdad existe. Sólo se inventa la mentira.
Georges Braque

viernes, 3 de abril de 2009

Palabras en tiempos de guerra

A estas alturas de la noche, mientras el pensar en ti se ha convertido en mi descanso y escribirte me contenta, empiezan a despertar las glorias de un nuevo día. Un amanecer más que ilumina con broches rojizos los objetos o, tal vez, ya te has despertado y eres tú la que ilumina mi sonrisa en este campo de batalla lleno de letras en columnas formando el ejército más poderoso de la creación: el amor, tu amor, aquí, allí, tu amor en todas partes.

Estudio las palabras para dominar esa estructura que recorre tu cuerpo y acelera mi respiración en el crepúsculo de cada latido, esa rima que forma tu voz en las profundidades del sentimiento mismo, esa métrica perfecta que precisa la literatura y que está presente en tus miradas de ternura infinita. Escribo las palabras para fundir con el tiempo todo aquello que me haces sentir y perderme entre esas líneas estilográficas del amor y nadar entre la profundidad de todos estos segundos a tu lado; es más, me hundiría entre tus brazos para burlarme del deseo, apoyaría mi cabeza en tu pecho y así escuchar minuciosamente cada “golpecito” de tu corazón: quizás consiga robarle que me amas. Anhelo las palabras en abundantes trazas esculpidas de tus labios y que rocen los míos con la dulzura más elevada de este mundo. Sueño las palabras y las encierro en una de aquellas prisiones metafóricas del alma, donde mi pensamiento te dibuja para que mis fantasías se sacien en los sueños y el despertar me siga siendo amable. Susurro las palabras al silencio que me escucha en la lejanía omnipresente de la noche, las suspiro mientras observo cómo las estrellas ocupan estratégicamente un determinado lugar en el espacio y cómo brillan, cómo me miran con superioridad y cómo, aún así, no quieren dejarse ver sobre tu ventana: el cielo no ha sido creado para ellas, sino para cubrir de perfección tus movimientos y concederle infinidad al horizonte de tus ojos. Si yo pudiera otear con claridad esas enormes extensiones, si el amor no me incitara a la pasión cada vez que tus pupilas me desarman, si la guerra entre nosotros estuviera ya declarada y las balas hirieran dulcemente mi cuerpo, el amor sería tan sublime como ese cielo que te rodea. ¡Ah, si fuera yo ese cielo y de igual manera te rodeara con mis brazos! Sin ti, mi amor, soy un poeta sin armas, un guerrero sin versos; contigo versos y armas son lo mismo, la misma esencia encantadora que recorre con lentitud cada rincón remoto de tan abstractas cimas, pues en las alturas de las abstracciones está lo desconocido de tus pensamientos, allí donde vuelan libres tus sueños y tus secretos se esconden sigilosos entre las montañas como el sol que se apaga al despuntar tus párpados cansados de la actividad del día. Sólo por andar esos caminos que has andado, sólo por escribir las palabras que no has leído, sólo por tocar el cielo, sólo por ponerme de puntillas y mirar el mar enamorado de las olas, me uniría a tu cuerpo hasta fundirme en tus ideas, hasta rozar tu piel con el corazón y beber contigo en la misma fuente sellada por mil besos de eternidades fugitivas.

Cuando la noche cae en el olvido como ahora, no puedo olvidar que una noche te cogí de la mano y te besé y te abracé y te volví a besar y el tiempo en que no te besaba se me hizo largo. Suenan a lo lejos dos himnos en este campo de batalla, dos balas han impactado en la misma roca, dos manos se entrelazan en la oscuridad del enfrentamiento y se alejan hacia el alba caminando.