Tanto hemos buscado en la filosofía, en los significados que nosotros mismos inventamos para tejer el telón de una tragedia que ha levantado a toda Grecia, incluso hemos examinado la cosa misma, la imagen de todas las cosas externas que nuestros limitados ojos perciben, pero la inteligencia nos ha fallado y aún seguimos el rastro de lo desconocido por caminos fastidiosamente largos. Hemos puesto los cimientos de la ficción en el edificio de la cultura. Si la verdad no existe fuera de la moral, hizo bien Descartes en fijar la suya y refugiarse en ella como en sus pensamientos y, de esta manera, ordenar y estructurar la vida. Porque si el mundo estuviera ordenado o, mejor dicho, si el mundo que hemos creado estuviera ordenado, ¿Acaso no sabríamos con exactitud la naturaleza de todas las cosas? Que malos creadores estos hombres. Siendo el arte perfecto sigue siendo, en su condición de imagen, una imitación de la realidad, ¿Pero qué es la realidad si la verdad no existe? Sólo estoy seguro de una cosa: sólo puede ser verdad aquello que la humanidad aún no ha descubierto, es decir, en términos de la ignorancia, todo lo que escapa a nuestro conocimiento, a nuestra concepción, aquello de lo que no tenemos ideal, en una palabra, lo desconocido. Y si por azar o gracias a esa lógica inventada de la ciencia descubrimos, en lo desconocido, en lo impensable, alguna cosa, tan cierta, tan irrefutable y pura, y la dotamos de significado y de palabra, la describimos y nos parece común a todos nosotros, entonces, dejará de ser verdadera. Necesitamos creer en la verdad, sentirnos el centro de este cuadro en el que tan solo hemos pintado los detalles, estar convencidos de que todo gira en torno de nuestras pasiones y ser dichosos en este orden fortuito. Pero entonces llega el ser más maravilloso que existe –suponiendo que entendamos algo de la existencia–, el superhombre, y dando dulces pinceladas crea el fondo del cuadro y compone la obra más cierta y a la vez más falsa de la creación, esto es, en términos nietzscheanos: verdad y mentira son exactamente lo mismo si quitamos esa mascara de la moral, ese escudo del hombre ante el mundo. Ahora bien, más allá de la palabra misma (ya sea “verdad”, ya sea “truth” o “wahrheit”) ¿Podremos hablar de realidad, del bien y el mal? Es probable que estas preguntas desmonten nuestro orden primitivo, pero, sin embargo, son necesarias. Imaginemos eternidades lejanas, cosmologías maravillosas, sistemas extremadamente complejos, ¿De veras serían todo esto? ¿O continuarían siendo denominaciones ficticias, totalmente humanas, producto de nuestra imaginación? No podemos afirmar que existe lo inconcebible, pero en realidad, eso es lo único que existe. La “nada” no es más que una prueba originariamente verdadera de nuestra pobre capacidad de concebir las cosas. No cabe lo desconocido en esta obra de arte, igual que no hay sitio para la imperfección en lo perfecto. Amo la verdad originaria, pero no consigo verla porque la verdad nos queda grande. En el vacío está la prueba de la plenitud, en lo inexistente de lo que existe y, por todo ello, por la seguridad de que la ignorancia es infinita, concibo la inmortalidad de la verdad. Odio la mentira, pero aún así la necesito y me es propia, cercana, poderosamente humana y forma parte de nuestro conocer. Me temo que seguiremos buscando en otras filosofías, en otros significados y nuestra posición en el mundo será la misma que ahora.
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¿Dijiste media verdad? Dirán que mientes dos veces si dices la otra mitad.
Antonio Machado
Sólo hay una verdad absoluta: que la verdad es relativa.
André Maurois
La verdad existe. Sólo se inventa la mentira.
Georges Braque