lunes, 31 de agosto de 2009

Bosques que el viento orea


Abriendo caminos de infinita hondura, en la fría mañana, caminaba un filósofo mientras observaba la temprana oscuridad de los pinares a ambos lados del sendero. Cuando empedraba la hierba con sus pasos, la luz dormitaba aún en las montañas, presurosa por acariciar las copas del valle. No había más propósitos esa mañana. El silencio era el único espectador de aquellas filosofías que serpeaban, siempre ascendiendo, por el camino. Se detuvo un instante ante al mundo y el mundo se detuvo por dos veces para escucharle, pero el filósofo no dijo ni una palabra y esperó a que el mundo hablara. Después de unos segundos maravillosos, con la mirada perdida en el bosque, se hizo amigo del tronco y la roca. Ahora estaba preparado para emprender los pasos hacia la espesura, pues, aunque no conocía todos los rincones del bosque, su destino no era diferente al de la ardilla. La vereda tenía un principio, pero la propia naturaleza impedía su final. Cercado de arbustos de unos diez pies de altura y oculto bajo un techado de filamentos verdes, el filósofo competía con los destellos del sol que ya empezaban a bañar de luz los espacios e incrementaban las tonalidades verdosas de los vestidos. Le había ganado tiempo a la mañana y ahora disfrutaba de su dulce canto y examinaba y escuchaba con interés la palabra de los habitantes salvajes y verdaderos dueños del lugar. Según avanzaba, al compás del sol en su carrera circular, los pensamientos sobrevolaban el bosque empujados por el viento y planeaban cerca de las nubes para buscar respuesta o, simplemente, para encontrar preguntas que legaron otros viajeros. No necesitamos ninguna brújula para encontrar nuestros pasos, pero basta no tener rumbo para perdernos porque hay caminos que no muestran los mapas, sólo se muestran a aquél que los camina y les da significado. Así entonaba su melodía el viento al golpear los árboles y los acordes sintonizaban bien con el filósofo. Su compañía era más abundante que la del sofista o la del político. Él no se encargaba de persuadir, sino de escuchar y no gobernaba, al revés, lo gobernaba y cautivaba la virtud que siempre acompaña al hombre libre: lo desconocido es como la luz intermitente de un faro construido entre la niebla. Brilla de vez en cuando, pero no puedes evitar seguirla. ¡Al mar del bosque te adentras viajero! De esta manera hablaba el camino cuando un estrecho claro se avecinaba y el filósofo lo escuchaba con un silencio casi sonoro. Un olivo se retorcía sobre su tronco para alcanzar el cielo, sus ramas se suspendían elegantes ante un pequeño arroyo que cruzaba por un lado y salpicaba con sus diminutas gotas la orilla, el tacto del sol doraba la mirada y las flores culminaban con sus tonalidades la mayor obra de la mañana: el poeta ya había pasado por allí, pensó el filósofo. Su poesía aún se deslizaba por la hierba e intentaba versar aquel claro enrollándose en las ramas. El filósofo escuchaba, siempre escuchaba y seguía abriendo caminos a sus pies. Mientras el día seguía su curso descendente, él aún ascendía perdiendo los pasos en los bosques que el viento orea.

sábado, 8 de agosto de 2009

Oda a Walden

Que hable el cielo allí donde se extiende el silencio mágico
del árbol, del arroyo y la ladera.

I
Crece el sol por la montaña ya cansado de las sombras.
Su canto matutino armoniza bien con la sencillez de Walden.
Lentamente su luz anega el pulido cristal de la laguna,
espejo de los bellos pinos que la cercan,
y un eco de vida empieza a deslizarse por su cuerpo:
el chispear del abadejo, el aleteo de algún pájaro risueño,
la caricia del viento sobre la bóveda del bosque,
el bostezo de una flor, la quietud del joven día.
De vez en cuando, su superficie se ondula levemente
y unas ondas plateadas besan la orilla.
El tinte azur de su rostro atrae a los viajeros
que por naturaleza aman la aventura,
su belleza consume al poeta perdido entre los versos,
su filosofía, colmada de pensamientos ocultos
a cuarenta pies de la superficie,
persuade al pensador y al hombre libre.

II
Por la mañana, cuando aún queda más día por amanecer,
cuando el halcón ya observa con elegancia el horizonte
para emprender su hacienda,
un silbido ininterrumpido penetra en los bosques:
al sur, siguiendo el sendero de raíles y vías,
una locomotora cruza el paisaje
llevando en su seno vestigios de la rutina ciudadana.
Los vagones vibran al pasar y la arena se desliza
suavemente por las laderas.
Al alejarse, la obra de sus pasos se extingue en el silencio.
Por la noche, el crepitar de las estrellas sobre la laguna
compone un canto homérico
y tiñe de esmeralda el reflejo de la luna.
El ulular del búho inunda la colina como si sus notas
fueran la canción del bosque,
y un destello dorado y un susurro nocturno
adormecen el agua.
Sobre ella, las blancas ninfas danzan en círculos
acompasando el latido de la naturaleza,
mientras los sueños propios de la noche sobrevuelan
(en otras esferas de la imaginación)
las copas de los robles frente a la orilla.

III
A veces, la lluvia visita los bosques.
Irrumpe en la laguna con una suavidad transparente.
Las gotas diminutas van y vienen al golpear en la superficie
hasta fundirse en el agua tras un destello plateado.
A veces, abren surcos en lo alto de la colina
o abrazan deliberadamente las hileras de judías
que aún conservan las virtudes de aquel que las plantó.
Otras veces, cuando el invierno desciende veloz
por la montaña
y, libre de su prisión temporal, sacude los brazos,
la nieve cubre con su vestido la laguna:
ahora su fondo son metáforas de hielo.
A lo lejos, cruzando el sendero hacia la colina,
un viejo colono, sujetando una varita de avellano,
cuenta historias venideras o de otros tiempos
mientras el viento acompaña sus palabras desde la montaña
balanceando las hojas como un arpa,
acariciando los pinares con dulzura.
Unas veces, narra el nacimiento de Walden
desde aquellos cedros hasta más allá
de la granja de Baker,
otras, con el humor del arbusto y la hierba,
cuenta cómo una mujer india le concedió su nombre
a la laguna.
También, debido a una divinidad natural,
suele pasear por estos bosques una anciana dama,
invisible al tacto de los ojos,
capaz de recordar cada fábula que escapa a la memoria.

IV
En las largas tardes de las estaciones más cálidas,
después de que la gran estrella empiece a declinar
en el tapiz de nubes azuladas,
un estruendo de tambores ocupa el silencio del valle.
Los himnos suenan desde Acaya hasta Troya:
entre las astillas, dos ejércitos de hormigas luchan
hasta la muerte,
quizás por una bella Helena,
quizás por la inmensidad de la laguna.
¡Ay, tan perecida es la guerra de los hombres!
¿Cómo abandonar el campo de batalla,
rodeado de cañas doradas y nogales?
La bandera de la batalla no es otra que aquellas
bayas preciosas de color carmesí
suspendidas sobre las cabezas de los combatientes,
ondeadas por los suspiros de la lucha.

V
¿Y si pudiera yo perderme en los espacios que habitas?
¿Dónde descansa el corazón que exalta tu pureza?
Habría que perder los pasos, entre los enebros
y las frescas fresas,
para advertir la vasta extensión de las cosas
y encontrar la veleta del hombre.
¡Escucha el canto de aquellos trovadores bajo tus brazos!
Ellos han querido desaparecer en tu belleza,
unos con la lira en ristre recogen las piñas
como si cada una de sus leñosas prolongaciones
fueran la musa de sus versos,
los otros, flautistas de Walden, envuelven con dulces notas
–que ascienden en espiral por los troncos de los árboles–
la atmósfera de la laguna.
De este modo, entregan su arte a la naturaleza.
Los niños, todavía con su carácter salvaje,
inocentes, amigos de la roca,
buscan arándanos dichosos y despreocupados,
tan libres como los sauces o los vientos.

VI
Si cayeran los muros de la historia.
Si se extinguiera el conocimiento y sus creadores.
¿Acaso podrían alterar el curso de sus aguas?
Aún muriendo jóvenes los alisos de la orilla,
vencidos por la mano de las crecidas
en los periodos más inusuales, extraños y hermosos del año,
¿Qué impedirá que vuelvan a crecer cuando mengue
la laguna?
La arena será más pura y lisa que antes.
El poeta le ha puesto rima a cada álamo del camino,
incluso un aire de divinidad mece silenciosamente las hojas
y simpatiza con los cielos:
¡A los ojos del dios, esta
charca es infinitamente
más preciosa!

¿Y si fueras, Walden, el bastón perfecto?

¡Que se aparte el tiempo de tu orilla!

lunes, 6 de abril de 2009

Sobre verdad en lo desconocido

Tanto hemos buscado en la filosofía, en los significados que nosotros mismos inventamos para tejer el telón de una tragedia que ha levantado a toda Grecia, incluso hemos examinado la cosa misma, la imagen de todas las cosas externas que nuestros limitados ojos perciben, pero la inteligencia nos ha fallado y aún seguimos el rastro de lo desconocido por caminos fastidiosamente largos. Hemos puesto los cimientos de la ficción en el edificio de la cultura. Si la verdad no existe fuera de la moral, hizo bien Descartes en fijar la suya y refugiarse en ella como en sus pensamientos y, de esta manera, ordenar y estructurar la vida. Porque si el mundo estuviera ordenado o, mejor dicho, si el mundo que hemos creado estuviera ordenado, ¿Acaso no sabríamos con exactitud la naturaleza de todas las cosas? Que malos creadores estos hombres. Siendo el arte perfecto sigue siendo, en su condición de imagen, una imitación de la realidad, ¿Pero qué es la realidad si la verdad no existe? Sólo estoy seguro de una cosa: sólo puede ser verdad aquello que la humanidad aún no ha descubierto, es decir, en términos de la ignorancia, todo lo que escapa a nuestro conocimiento, a nuestra concepción, aquello de lo que no tenemos ideal, en una palabra, lo desconocido. Y si por azar o gracias a esa lógica inventada de la ciencia descubrimos, en lo desconocido, en lo impensable, alguna cosa, tan cierta, tan irrefutable y pura, y la dotamos de significado y de palabra, la describimos y nos parece común a todos nosotros, entonces, dejará de ser verdadera. Necesitamos creer en la verdad, sentirnos el centro de este cuadro en el que tan solo hemos pintado los detalles, estar convencidos de que todo gira en torno de nuestras pasiones y ser dichosos en este orden fortuito. Pero entonces llega el ser más maravilloso que existe –suponiendo que entendamos algo de la existencia–, el superhombre, y dando dulces pinceladas crea el fondo del cuadro y compone la obra más cierta y a la vez más falsa de la creación, esto es, en términos nietzscheanos: verdad y mentira son exactamente lo mismo si quitamos esa mascara de la moral, ese escudo del hombre ante el mundo. Ahora bien, más allá de la palabra misma (ya sea “verdad”, ya sea “truth” o “wahrheit”) ¿Podremos hablar de realidad, del bien y el mal? Es probable que estas preguntas desmonten nuestro orden primitivo, pero, sin embargo, son necesarias. Imaginemos eternidades lejanas, cosmologías maravillosas, sistemas extremadamente complejos, ¿De veras serían todo esto? ¿O continuarían siendo denominaciones ficticias, totalmente humanas, producto de nuestra imaginación? No podemos afirmar que existe lo inconcebible, pero en realidad, eso es lo único que existe. La “nada” no es más que una prueba originariamente verdadera de nuestra pobre capacidad de concebir las cosas. No cabe lo desconocido en esta obra de arte, igual que no hay sitio para la imperfección en lo perfecto. Amo la verdad originaria, pero no consigo verla porque la verdad nos queda grande. En el vacío está la prueba de la plenitud, en lo inexistente de lo que existe y, por todo ello, por la seguridad de que la ignorancia es infinita, concibo la inmortalidad de la verdad. Odio la mentira, pero aún así la necesito y me es propia, cercana, poderosamente humana y forma parte de nuestro conocer. Me temo que seguiremos buscando en otras filosofías, en otros significados y nuestra posición en el mundo será la misma que ahora.

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¿Dijiste media verdad? Dirán que mientes dos veces si dices la otra mitad.
Antonio Machado
Sólo hay una verdad absoluta: que la verdad es relativa.
André Maurois
La verdad existe. Sólo se inventa la mentira.
Georges Braque

viernes, 3 de abril de 2009

Palabras en tiempos de guerra

A estas alturas de la noche, mientras el pensar en ti se ha convertido en mi descanso y escribirte me contenta, empiezan a despertar las glorias de un nuevo día. Un amanecer más que ilumina con broches rojizos los objetos o, tal vez, ya te has despertado y eres tú la que ilumina mi sonrisa en este campo de batalla lleno de letras en columnas formando el ejército más poderoso de la creación: el amor, tu amor, aquí, allí, tu amor en todas partes.

Estudio las palabras para dominar esa estructura que recorre tu cuerpo y acelera mi respiración en el crepúsculo de cada latido, esa rima que forma tu voz en las profundidades del sentimiento mismo, esa métrica perfecta que precisa la literatura y que está presente en tus miradas de ternura infinita. Escribo las palabras para fundir con el tiempo todo aquello que me haces sentir y perderme entre esas líneas estilográficas del amor y nadar entre la profundidad de todos estos segundos a tu lado; es más, me hundiría entre tus brazos para burlarme del deseo, apoyaría mi cabeza en tu pecho y así escuchar minuciosamente cada “golpecito” de tu corazón: quizás consiga robarle que me amas. Anhelo las palabras en abundantes trazas esculpidas de tus labios y que rocen los míos con la dulzura más elevada de este mundo. Sueño las palabras y las encierro en una de aquellas prisiones metafóricas del alma, donde mi pensamiento te dibuja para que mis fantasías se sacien en los sueños y el despertar me siga siendo amable. Susurro las palabras al silencio que me escucha en la lejanía omnipresente de la noche, las suspiro mientras observo cómo las estrellas ocupan estratégicamente un determinado lugar en el espacio y cómo brillan, cómo me miran con superioridad y cómo, aún así, no quieren dejarse ver sobre tu ventana: el cielo no ha sido creado para ellas, sino para cubrir de perfección tus movimientos y concederle infinidad al horizonte de tus ojos. Si yo pudiera otear con claridad esas enormes extensiones, si el amor no me incitara a la pasión cada vez que tus pupilas me desarman, si la guerra entre nosotros estuviera ya declarada y las balas hirieran dulcemente mi cuerpo, el amor sería tan sublime como ese cielo que te rodea. ¡Ah, si fuera yo ese cielo y de igual manera te rodeara con mis brazos! Sin ti, mi amor, soy un poeta sin armas, un guerrero sin versos; contigo versos y armas son lo mismo, la misma esencia encantadora que recorre con lentitud cada rincón remoto de tan abstractas cimas, pues en las alturas de las abstracciones está lo desconocido de tus pensamientos, allí donde vuelan libres tus sueños y tus secretos se esconden sigilosos entre las montañas como el sol que se apaga al despuntar tus párpados cansados de la actividad del día. Sólo por andar esos caminos que has andado, sólo por escribir las palabras que no has leído, sólo por tocar el cielo, sólo por ponerme de puntillas y mirar el mar enamorado de las olas, me uniría a tu cuerpo hasta fundirme en tus ideas, hasta rozar tu piel con el corazón y beber contigo en la misma fuente sellada por mil besos de eternidades fugitivas.

Cuando la noche cae en el olvido como ahora, no puedo olvidar que una noche te cogí de la mano y te besé y te abracé y te volví a besar y el tiempo en que no te besaba se me hizo largo. Suenan a lo lejos dos himnos en este campo de batalla, dos balas han impactado en la misma roca, dos manos se entrelazan en la oscuridad del enfrentamiento y se alejan hacia el alba caminando.

domingo, 15 de marzo de 2009

Ella

Una mirada que se prolonga más allá de lo que hubiera deseado, una sonrisa que me encanta; cada contacto me estremece. Declina el Sol en las calles de Valencia, despierta la brisa de Levante y me acaricia con sus dedos como cualquier caricia suya. Pero es tan diferente… Frío y calor me atropellan por dentro.

-Dichoso día que mueres al atardecer, aún no he podido decirle nada…

El tiempo gotea con rapidez cuando estoy con ella porque a su lado estoy perdido y desorientado. No importa donde caminemos, no tiene sentido el regreso, con ella iría hasta donde el espacio se funde con los sueños, donde no hay límites ni tiempo, allí donde los cielos se reúnen con la aurora y forman aquellas bóvedas de infinita hondura: son sus ojos que presiden el firmamento de los versos que yo escribo. Son los astros los que giran en torno suyo, aunque las ciencias del hombre no lo admitan.

Sus besos han quedado grabados en lo más profundo del corazón, su amistad los acuna eternamente y su amor los cuida con dulzura. Sin él yo he pasado los días más sombríos de mi vida. ¡Pero qué efímeros fueron nuestros besos! Sus labios eran mi abrigo, mi refugio de pasiones, mi destino al tocarla, mi fuente de amor, mis deseos más ocultos. Aún recuerdo cuando nos cogíamos de la mano en furtivos instantes de otros tiempos: miradas en secreto, palabras en silencio.

-Tú y yo compartimos un mismo camino. Puedes estar al otro lado de la acera porque quizás alguien mejor que yo ocupa ahora tu corazón y tus ideas, puede, incluso, parecer que esa línea continua de la carretera hace de muro y nos separa, pero no me alejaré de ti si no es ésa tu voluntad. Tal vez, nuestros destinos estén tejidos con un mismo hilo, entrelazados entre sí con una fuerza capaz de mover el universo, puede que un día esa línea sea discontinua y pueda volver a cruzar a tu lado, puede que no sea tarde, puede que todavía me quieras.

Pequeño poeta, corazón mío, hombre de este mundo. Llora, llora ahora porque estas lágrimas son dulces por naturaleza. Al pensar en ella, al pensar en cada uno de los errores que cometí, al pensar que la tuve, se fue, la tuve y se volvió a ir, al pensar en los buenos momentos y en los malos, al pensar que aún me toca, me sonríe y me mira con cariño, siento que ser feliz cuesta muy poco. Es mi amiga –pienso–, es mi amiga…

Mis ojos buscan esa estrella que un día descubriste en el cielo.

jueves, 12 de marzo de 2009

Poeta del siglo XXI

XIV

Tú, corazón, poeta moderno en rascacielos de ciudad,
que has pintado en la mañana el semblante de los días
antes de que el sol tocara con sus labios las montañas.
Las tardes frescas del invierno arrastran una melodía
cuyas notas invitan a la entrada de la noche,
mientras tú bordas con palabras las estrellas
bajo un cielo de antiguos tonos azulados.
La misma lágrima que cae, la misma belleza
que se eleva en tus pupilas cubre
el despertar de otra mirada ausente en el cielo;
una dama que surge espléndida entre las nubes
con su vestido blanco de princesa de la noche.
Los altos contornos de esas cumbres artificiales,
que rozan con sus paredes de ladrillo las alturas
y maquillan los relieves con sus formas y cristales,
constituyen ahora el significado de tus versos.
Hacia el norte, una carretera; hacia el sur la misma carretera
se pierde con su oscura lengua alimentada de coches
–un silbido de atascos forma la canción más sincera–
y el humo de sus cuerpos acaricia la atmósfera
con susurros de dañina transparencia.
Una hilera de cables negros cruza la ciudad
conduciendo la luz a los ojos de la gente,
¡Qué claridad, qué brillo espléndido!
Y en el interior del corazón la oscuridad se cierne
como la noche se abalanza sobre el día.
Decae el poema, la musa de tus versos es la rutina
tranquilizadora de estos tiempos.
¿Dónde están esas virtudes que la sociedad envidia?
¿Dónde esas verdades, amores y razones?
Caen al usarlas como la idea al olvido.
Hoy te entristeces con la suerte de este mundo
que antaño aún se despertaba y ahora herido
se sostiene con cada palabra que escribes.
Las viejas calles del bosque, abarrotadas
de gente alegre, se extienden a su antojo
por las aceras y culminan desdichadas
en el claro de la ciudad moderna,
donde grandes tiendas y amplios salones
hacen de la ociosidad un pasatiempo.
Se hace paso entre las civilizaciones
el arte más maravilloso de la imperfección,
un estilo invisible, una época excelsa:
amigo, estos son los versos del siglo veintiuno,
esta es la poesía de singular belleza.
Tú, corazón, poeta moderno en rascacielos de ciudad.

jueves, 26 de febrero de 2009

The lake isle of Innisfree

Éste es un poema de Yeats, que he traducido y que me gustaría compartir con vosotros :)

The Lake Isle of Innisfree

I will arise and go now, and go to Innisfree,
And a small cabin build there, of clay and wattles made:
Nine bean-rows will I have there, a hive for the honey-bee;
And live alone in the bee-loud glade.

And I shall have some peace there, for peace comes dropping slow,
Dropping from the veils of the morning to where the cricket sings;
There midnight's all a glimmer, and noon a purple glow,
And evening full of the linnet's wings.

I will arise and go now, for always night and day
I hear lake water lapping with low sounds by the shore;
While I stand on the roadway, or on the pavements grey,
I hear it in the deep heart's core.


La isla del lago Innisfree

Me levantaré y me iré ahora, iré a Innisfree,
y construiré una pequeña cabaña de arcilla y zarzos:
nueve hileras de judías tendré allí, una colmena para las [abejas,
y viviré solo en un claro de abejas bullicioso.

Y tendré cierta paz, pues la paz cae lentamente,
goteando desde los velos de la mañana hasta donde canta el grillo;
allí la medianoche es una luz tenue y el mediodía un [brillo violeta,
y el atardecer está lleno de alas de jilguero.

Me levantaré y me iré ahora, pues siempre, día y noche,
oigo el agua del lago que lame la orilla con leves sonidos;
cuando estoy en la calzada o en las aceras grises,

lo oigo en lo más profundo del corazón.


Los lectores de Walden notarán que Yeats fue un buen lector de Thoreau ;) Ha sido dificil, éste es uno de los grandes... Quizás este poema me sobrepase

domingo, 22 de febrero de 2009

Cartas a tu corazón

Era una tarde de primavera. El sol ya empezaba a despedirse cuando ella se asomó por la ventana. Dos años después, no había vuelto a saber nada de aquel chico que se llevó su amor. Llamaron a la puerta y la joven abrió. Era un señor anciano del pueblo que, al parecer, traía una carta muy estropeada que se había perdido hace años al intentar entregarla. Cogió temblorosa la carta, observó el nombre del destinatario y la apretó con fuerza contra el pecho. Databa de 1939, fecha anterior a las otras cartas que guardaba en su mesilla. La abrió, no sin derramar pequeñas lágrimas, y con toda la dulzura de su voz leyó en voz alta:


Última carta:

Diciembre de 1939

A ti que de mí estás tan lejos o tan cerca, a ti que eres la espera de mi tardanza. Estas palabras son tuyas, cuídalas. Y si tu corazón duda, dile que me abra un instante la puerta e introduciré en él toda la tinta que me quede. Te escribo desde un sitio indescriptible, pero no padezcas, este lápiz solo escribe para ti. Sería cruel que gastara segundos en contarte lo que veo ahí fuera, lo que veo dentro de mí es más sincero y bello. Diga lo que diga el tiempo, sólo soy preso de un único sentido: tu amor. Y ahora adiós, mi vida, ya vuelvo a escuchar aquellos tiros de metralla…

viernes, 20 de febrero de 2009

Cartas a tu corazón

Carta cuarta, quinta y sexta:

Mayo de 1943

¿Es la luz madre del día y la noche su vejez? Pues tú, vida mía, eres de día y de noche mi Aurora. Y aunque las nubes se rieran de nosotros, pues tienen envidia de nuestro amor, y nublaran el cielo, tu luz formaría el arco iris más poderoso para que me iluminara. Y la lluvia ¡Oh, cielos! Que caiga la lluvia y se convierta cada gota en besos tuyos; que yo me inundaré con todos ellos hasta ahogarme. Pero por ahora le suplicaré al viento que sople en tu presencia para que, mientras en tu ventana observas el cielo, conduzca tus suspiros hasta mis suspiros y juntos asciendan al cielo para unir cada estrella que mires. Que si tú, dormida o despierta, pensaras en mí, mi descanso sería velar esos pensamientos para poder dormir…

Febrero de 1944

Que débil cae la lluvia, que lento es su goteo. Cada segundo parecen diez y diez veces diez cada minuto. Sin ti los días no son días y no sabría decir lo que son; porque tu ausencia oscurece el ambiente y lo hace todo más sombrío. Mi cabeza, sombras, sombras. Pero son oscuridades tiernas cuando te escribo, cuando recuerdo aquel primer beso en la oscuridad de la noche y cómo buscabas a tientas mis labios. Si… No cambiaría ni un solo paso de los que dimos cogidos de la mano, pero cambiaría todas las pausas de nuestro caminar para seguir avanzando y no soltarnos nunca. Y si tuviéramos que retroceder, iría a tu encuentro mucho antes y enamorarme y enamorarte antes de lo previsto por el cielo. Mi cabeza, nubes, nubes. No entienden de amor los inmortales, sólo los que, como tu y yo, siendo mortales convierten el amor en inmortal.

Agosto 1944

Escucha, mi amor, soy yo, estoy aquí, me he colado en un sueño ¿Soy yo el que duerme? No importa, pero no digas nada, calla, bésame…

miércoles, 18 de febrero de 2009

Cartas a tu corazón

Carta tercera:

Octubre de 1942

Que frágiles son las hojas de los árboles. Es otoño. ¿Recuerdas aquellos besos paseando por el robledal antiguo? Era otoño de amor. Ojalá fuera tan libre como las hojas y el viento pudiera arrastrarme hasta tus brazos, rozar tu pelo y abrigarte cuando tengas frío, pues no te cures de guardar tu cuerpo al atardecer, que es fresco por naturaleza y se llevaría consigo tu calor. Él es mi rival por tu hermosura.
Y que vacío se extiende donde la vista alcanza, callan los árboles y los hombres y pienso en ti entre el silencio. Echo de menos tu silencio cuando nos miramos a los ojos, cuando nuestros labios se unen, cuando te enfadas o cuando te marchas, pero ¿Qué ruido es ese? ¡Dulce ruido! También echo de menos tus latidos contra mi pecho, tu voz y tus pasos presurosos por tocarme. Así alimento cada herida, con silencio, con palabras del alma y con cada huella que dejaste en mis recuerdos. Y aunque estas palabras se perdieran en su curso y el tiempo y la erosión consiguieran borrarlas, incierta sería mi vida, pero jamás se rendirá tal sentimiento, el cual buscando en cada rincón estas cartas, absorbería hasta la última letra de amor y las llevaría hasta tu corazón para que las leyeras.